Si
alguien se hubiera propuesto a acabar con el nombre y el legado de Simón
Bolívar, no lo hubiera hecho tan bien como lo hizo Hugo Chávez con su
revolución. Muchas generaciones de latinoamericanos recordarán más a Bolívar
como un modelo político-económico y social fallido, que por haber sido el
libertador de cinco naciones y el líder más importante de la historia del
continente.
Lo
que está pasando en Venezuela no es de poca monta. Han sido diecisiete años de
revolución bolivariana donde los resultados son patéticos y la pérdida de
derechos, la corrupción, el hambre y el desgobierno son el pan diario de lo que
fue el país más rico del continente. No les alcanzó tener las reservas más
grandes de petróleo del mundo para contrarrestar esta debacle.
Cada
vez se ve más cerca el fin de esta fallida revolución, pero no tiene cara de
que vaya a terminar pacíficamente. El presidente Maduro y sus secuaces no se
van a bajar de ese bus tan fácilmente, primero porque quieren seguir
exprimiendo lo poco que le queda al país y segundo porque saben que más
temprano que tarde terminarán en la cárcel.
A
pesar de todo lo que se ve diariamente en las noticias y lo que cuentan la
cantidad de venezolanos sobre la desgracia que han vivido, es increíble que
todavía en Colombia existan defensores de ese modelo económico y de gobierno
que pregonan que quieren replicarlo en el país. Que las Farc lo hagan vaya y
venga -este grupo terrorista ha sido un aliado del mal llamado castrochavismo
al extremo de compartir armas, esconder cabecillas, caletas y lavar dinero del
narcotráfico-, pero que otros personajes lo hagan no es comprensible.
Para
Colombia esta mal llamada revolución ha sido nefasta. Fuera de acabar con un
comercio natural que siempre se había dado y que hoy trata de sobrevivir con
muchísimos problemas, la ayuda soterrada que Hugo Chávez y compañía le dieron a
los grupos narcoterroristas de las Farc y el Eln -dándoles escondite y
ayudándoles a lavar dinero producto de actividades ilícitas- hizo imposible
acabar con este flagelo cuando se podía.
Muchos
países latinoamericanos fueron contagiados con esta peste. Fueron comprados con
el petróleo y hoy en día todos sufren las consecuencias: más pobreza, déficit
fiscales enormes y gobiernos dictatoriales donde existe una democracia irreal
con elecciones amañadas. La teoría que es más difícil bajar una vaca de un
árbol que subirla cabe perfectamente; ya subidos en el poder manipulan y
controlan todo de manera que cambiar de modelo y ganarles unas elecciones
lícitamente ha sido muy complicado. Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Honduras son
países destrozados por la mano chavista.
Afortunadamente
Colombia ha sido hasta ahora ajena a este modelo. Solamente ensayos chambones
como la Bogotá Humana de Petro nos dieron alguna pruebita de esa desgracia,
pero no estamos inmunes a que nos llegue la peste. Desafortunadamente es más
fácil vender populismo y mentiras que la realidad. Las elecciones del 2018
serán un punto de quiebre importante para definir nuestro futuro ante una
izquierda que se hace llamar progresista, que ha cohonestado con el chavismo y
que se esconde como demócrata cuando en realidad es más de mismo; el mismo
comunismo con otro nombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario